sábado, 28 de marzo de 2009

El monumento erigido a mayor gloria de los vencedores, se construyó con la sangre de los vencidos



El próximo día 1 de abril se conmemora el 50 aniversario de la inauguración del Valle de los Caídos, el faraónico proyecto con el que Francisco Franco quiso pasar a la historia. Un impresionante monumento que no deja indiferente a nadie ni por su arriesgada propuesta arquitectónica, ni por la historia de sangre, crueldad y muerte que esconden sus piedras.

A la luz de la Memoria Histórica
Por fin, el 16 de octubre de 2007, al amparo de la ley de Memoria Histórica, se estipuló la despolitización del Valle, convirtiéndolo exclusivamente en lugar de culto religioso. Se subrayaba, eso sí, que debía siempre quedar explícito que el complejo honra la memoria de todos los caídos en la Guerra Civil, independientemente del bando al que pertenecieran, así como de las víctimas de la posterior represión política. Ahora solo falta que quienes lo ven como expresión pétrea del paraíso perdido se den por enterados.

María Pilar Queralt del Hierro es historiadora y escritora -->

Un proyecto faraónico
Para quienes no conozcan el lugar diremos que su construcción en el valle de Cuelgamuros, en plena sierra de Guadarrama, comenzó en 1940 y concluyó en 1959. Los arquitectos Pedro Muguruza y Diego Méndez, y el escultor Juan de Ávalos articularon un conjunto monumental que comprende una abadía benedictina y una basílica excavada en la roca, sobre la que se alza una inmensa cruz de 150 metros de altura, visible a más de 40 kilómetros de distancia.

Los “sacrificios de la victoria”
Hasta ahí los datos. No resulta difícil, pues, reconocer en el proyecto la grandilocuencia arquitectónica que tanto agrada a los dictadores. La misma que se reflejó en la redacción del decreto fundacional que afirmaba que el monumental complejo debía “perpetuar la memoria de los caídos de nuestra gloriosa Cruzada “ en virtud de “los heroicos sacrificios que la victoria encierra”. Evidentemente, lo que no se especificaba era a cuenta de quién iban a correr los dichos sacrificios.

Porque el monumento erigido a mayor gloria de los vencedores, se construyó mediante el esfuerzo de los vencidos. Es decir, de miles de presos republicanos que podían así redimir parte de la pena. Un sistema que resultaba absolutamente rentable para el régimen ya que, no sólo evitaba el hacinamiento en las atestadas cárceles de posguerra, sino que abarataba considerablemente el coste del proyecto.

Un negocio redondo
En efecto, la mayoría de autores afirman que el pago estipulado para cada trabajador era de 10’50 pesetas diarias. De esta cantidad se reservaban para cada prisionero 50 céntimos y se entregaban a su familia 2 pesetas; una exigua cantidad que se incrementaba con otra peseta más por cada hijo menor de 15 años. El resto, evidentemente, quedaba en las arcas del estado.

Tres batallones de forzados
En la construcción intervinieron unos 20.000 forzados organizados alternativamente en grupos de entre 500 y 1.000 hombres, divididos en tres batallones. El primero se encargó de la construcción de la vía de acceso y, a golpe de pico y pala, hubo de construir seis kilómetros de carretera que luego debieron adoquinar a mano. El segundo batallón tuvo a su cargo la tarea más peligrosa. Formado casi en exclusiva por prisioneros procedentes de las minas asturianas y, como tal, expertos en el manejo de explosivos, hubieron de horadar la roca con dinamita. La falta casi absoluta de medios tecnológicos hizo que, pese a su presunta práctica, cayeran diariamente de uno a tres hombres en el empeño. Por último, el tercer batallón tenía a su cargo la erección del monasterio y la abadía y como el resto debía trabajar en condiciones infrahumanas ya que al peligrosidad de la tarea, se sumó la precaria alimentación: un chusco de pan y una lata de sardinas o, como mucho, un plato de lentejas al día.

Un inmenso cementerio
El proyecto, como ya se ha dicho, pretendía ser un homenaje a las víctimas de la Guerra Civil y acoger en la cripta los restos de aquellos caídos cuyas familias así lo solicitasen. Aunque no se había previsto acoger a miembros del bando republicano, en 1959 el ligero aperturismo del régimen forzado por las potencias internacionales hizo recomendable abrir la cripta a las víctimas del bando perdedor. Eso sí, con la recomendación de que se confirmase que “eran católicos o, al menos, habían sido bautizados”. En este sentido, fue definitiva la intervención del Papa Juan XXIII que, ante la solicitud del Régimen de que el templo fuera declarado Basílica, exigió para dar su conformidad que el recinto acogiera a las víctimas de ambos bandos. En total, más de treinta mil enterramientos a los que se añaden las sepulturas del propio Franco y de José Antonio Primo de Rivera, cuyo traslado hasta el monasterio se realizó en marzo de 1959 entre una apoteósica y tétrica escenografía.

Los grandes olvidados
Sin embargo, nada perpetúa el recuerdo de aquellos que lo construyeron. En la guía turística oficial apenas se les dedica un cortísimo párrafo y no hay en el recinto ni una sola placa que evoque su memoria.

Es evidente que merecen un recuerdo. De la misma forma que es necesario plantearse, a la luz de la ley de la Memoria Histórica, qué destino dar al Valle de los Caídos.

La propuesta del informe Brincat
Diversos partidos políticos suscribieron la propuesta del llamado informe Brincat que, elaborado y aprobado por el Consejo de Europa en 2006, condenaba los atentados del franquismo en materia de Derechos Humanos. Su responsable principal, el laborista maltés León Brincat, proponía la dedicación de las instalaciones del Valle de los Caídos a centro de interpretación del franquismo. Pero esta posibilidad topó con el rechazo frontal de la Iglesia Católica –que aún ahora sostiene por boca del actual abad, Anselmo Álvarez Navarrete, que “la exaltación de Franco en la Basílica no ha tenido lugar ¡jamás!”-- y de la derecha. La primera alegando la condición religiosa de las instalaciones; los partidos conservadores esgrimiendo el argumento de que el Valle de los Caídos acoge los restos de miembros de los dos bandos contendientes.

A la luz de la Memoria Histórica
Por fin, el 16 de octubre de 2007, al amparo de la ley de Memoria Histórica, se estipuló la despolitización del Valle, convirtiéndolo exclusivamente en lugar de culto religioso. Se subrayaba, eso sí, que debía siempre quedar explícito que el complejo honra la memoria de todos los caídos en la Guerra Civil, independientemente del bando al que pertenecieran, así como de las víctimas de la posterior represión política. Ahora solo falta que quienes lo ven como expresión pétrea del paraíso perdido se den por enterados.

María Pilar Queralt del Hierro es historiadora y escritora

www.elplural.com

1 comentario:

Mario dijo...

Quedo demudado al conocer todo esto.
No me imagino aquí en Argentina, un monumento erigido a las juntas militares.