domingo, 27 de septiembre de 2009

LA AUDIENCIA NACIONAL BUSCA A TRES CRIMINALES DE LAS SS. Gallegos en el infierno nazi

A continuación, coloco una nota sobre el nexo entre la dictadura franquista y el Nazismo de Hitler.
Es importante saber esta parte de la historia, en la que siempre los regímenes totalitarios, son "solidarios" entre si para exterminar a los "diferentes" que no piensan como ellos.
Daniel Barreiro
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Cientos de gallegos vivieron el Holocausto nazi. Exiliados tras la Guerra Civil, huyeron de un horror para meterse en otro y 106 de ellos murieron en Mauthausen. La Audiencia Nacional acaba de ordenar la detención de tres criminales de las SS por sus delitos

Autor:
Eduardo Rolland


Francisco Pena despertaba gritando muchas noches del resto de su vida: «¡Que veñen os alemáns!». Sudoroso y demudado. Nunca pudo olvidar el infierno que vivió de 1940 a 1945, confinado en un campo de exterminio nazi. «Con los amigos, bromeaba, porque reírse al contar ese drama le servía de terapia, pero la verdad era distinta», recuerda el hijo del superviviente. Pena, natural de Cabo de Cruz, fue uno de los cientos de republicanos gallegos que padecieron el Holocausto. De ellos, 106 murieron en Mauthausen. Ahora, 65 años después de aquella pesadilla, la Audiencia Nacional acaba de ordenar la busca y captura de tres criminales de las SS que impusieron el terror en aquel campo.
Para las víctimas gallegas, la justicia llega tarde. No queda con vida ningún superviviente de Mauthausen. El último, Marcelino Pardal, ferrolano y anarquista, falleció el pasado junio en Francia, donde residía desde el fin de la guerra mundial.
Pero, para los familiares, las noticias de la Audiencia son recibidas con alegría. «Es bueno que se haga justicia, aunque mi abuela, que falleció este mismo año, ya no podrá verlo», afirma Fernando Villot, nieto del vigués Agustín Cameselle, uno de los primeros en morir en los campos de exterminio, en 1941. «Mi abuela vivió hasta los 102 años, siempre con miedo», asegura Villot: «Perdió a su marido y luchó por su familia; incluso fue emigrante en Alemania». Esto último es una historia común. Lo raro es que ella era viuda de un hombre asesinado en Mauthausen. Pero ¿cómo terminó allí un vigués de la céntrica calle del Príncipe junto a varios cientos de paisanos?
La historia de los gallegos en el Holocausto comienza en febrero de 1939, cuando largas columnas de refugiados cruzan los Pirineos. Huyendo de una guerra perdida, se encontrarán con el comienzo de otra.
Los republicanos son mal recibidos en Francia. El Gobierno galo decide internarlos en campos como Carcasson, Argelès-Sur-Mer o Septfonds, en condiciones precarias. Muchos son reclutados para trabajar en las Compañías de Trabajadores Extranjeros, destinadas a reforzar la Línea Maginot, la «defensa infranqueable» que en pocos días de 1940 sería aplastada por la Wehrmacht.
Durante la invasión alemana, mueren muchos gallegos. Y los prisioneros pronto se convierten en un problema. Cuando los nazis preguntan al régimen de Franco si desea su devolución, el ministro Serrano Suñer responde: «No nos interesan, no son españoles». En una visita a Berlín, afirma que son apátridas y deja el caso en manos de Himmler.
El director de Mauthausen, Franz Zieireis, diría en el juicio de Núremberg: «Para estos prisioneros recibí órdenes especiales: los españoles ya no debían existir».
Tratados como una incómoda mercancía, se les aplicó el decreto Nacht und Nebel (noche y niebla), nombre en clave para la solución final. Entrarían en el campo y solo podrían salir «por el humo de la chimenea».
El 6 de agosto de 1940 aparece en la estación de Mauthausen el primer tren cargado con prisioneros españoles, muchos de ellos gallegos. Van en el convoy Agustín Cameselle y Francisco Pena. Junto a ellos, vecinos de Bueu como José Fernández Pastoriza o Manuel Rei Cruz; otro vigués: Manuel Fernández Gutiérrez; pontevedreses como Antonio Gómez Torres o Claudio Tizón; y coruñeses como Adriano Castillo Soutelo o Luis Rafales Lamarca.
Sucesivos trenes van descargando presos. El 13 diciembre de 1940 llega el mayor contingente de gallegos. El viaje ha sido terrible. «Los de la Gestapo nos metieron en vagones de carga. Fueron tres días y tres noches encerrados, sin agua ni comida, haciendo nuestras necesidades en un rincón del vagón, que estaba precintado; viajamos entre vómitos y diarreas, sin saber a dónde íbamos», explicaba en sus memorias José Jornet, un catalán que viajaba a bordo.
Pero el viaje no les hizo sospechar la magnitud del horror: «Cuando llegamos al campo, vimos una alta chimenea de la que salían humo y llamaradas. Despedía un olor nauseabundo. Creímos que era el sistema de calefacción», afirma Eugenio Batiste, en su autobiografía El sol se extinguió en Mauthausen.
«Mi abuelo solo resistió diez meses», explica Fernando Villot, nieto de Cameselle: «Mi familia supo de su muerte por una carta de un superviviente exiliado en México, que lo había visto morir en sus brazos».
En Mauthausen, se les tatuó su número de preso, se los vistió con el drilich ?el famoso pijama de rayas? y se los identificó con un triángulo azul y una S, correspondientes a apátrida y a Spanien. Un contrasentido en medio de una locura.
La tortura del campo es conocida. La hemos visto en decenas de películas, sin sospechar que, entre las víctimas, había gallegos. Para todos, lo peor era el Appell, el recuento de prisioneros. Mercedes Núñez Parga, natural de Bergondo, y superviviente de Ravensbruck, se lo contó cientos de veces a su hijo, Pablo Iglesias, un vigués que hoy es el delegado en Galicia de la Amical de Mauthausen, la asociación que honra en España a las víctimas del holocausto. «Mi madre estaba marcada por el Appell. Formaban en el patio, en posición de firmes; estaban entre una y doce horas así. Veían caer a compañeros y no podía ayudarlos; quien moviese la cabeza era apaleado hasta la muerte». El récord fueron 40 horas seguidas, bajo cero, y se saldó con 500 muertos, que iban desplomándose en la formación.
«Por cualquier tontería se los sometía a sesiones de latigazos», explica Pablo Iglesias. «Tenían que contar cada golpe y, si se equivocaban, volvían a empezar», añade.
Mercedes Núñez, que falleció en Vigo en 1986, «sabía contar hasta treinta en alemán». Al igual que el resto de los supervivientes, terminó dominando la lengua de Bach y de Emmanuel Kant.

Fuente: La Voz de Galicia

domingo, 6 de septiembre de 2009

Algo por lo que luchar y modificar !! . Carta de un español en problemas ...

Señores compañeros e integrantes del PSOE,



A través del presente mail me dirijo a todos ustedes, como español y afiliado del PSOE Buenos Aires.



Soy hijo de padres españoles y desde 1996 tengo la ciudadanía, mi hija de 12 años también es ciudadana española y estuvimos viviendo en España aproximadamente un año y medio, como emigrante retornado.



Como tantos otros, mis padres, tristemente tuvieron que emigrar de su tierra acosados por la miseria y el hambre que azotaba a España al terminar la terrible guerra civil.



Tengo toda la familia que sigue viviendo en España, entre ellos dos hermanos españoles “nativos”.



Tengo 50 años y después de esta breve presentación paso a relatarles el motivo que me llevó a enviarles el presente mail.



Hace más o menos dos meses me presenté en la Consejería Laboral para solicitar si podían ayudarme a conseguir un empleo, recibiéndome el Consejero laboral, Sr. Guillermo Hernández, él me mandó a que me realizaron una revisación médica en el Centro Gallego, determinando que estaba con una incapacidad total y permanente para cualquier tipo de trabajo. Esto lo hizo para ver si podía recibir algún tipo de asistencia económica pero, lamentablemente, por no haber residido 10 años en España, no me correspondían las ayudas económicas por incapacidad.



La Constitución española, como así también el Estatuto de Ciudadanía Española en el Exterior, reconocen por Ley la igualdad de todos los españoles, independientemente de donde hayan nacido.



En la página 35, punto 3 del estatuto dice “…que la Administración General del Estado podrán promover acciones concretas o establecer acuerdos con organizaciones públicas o privadas de los respectivos países para facilitar la incorporación en el mercado laboral…, como a personas con discapacidad…”



Por este motivo le escribí al Sr. Presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, al Sr. Jesús Caldera y a otros funcionarios españoles y del partido. Hasta el momento no he tenido respuestas concretas, creándose una discriminación entre nosotros y los españoles nativos, COMO EN MI CASO, ENTRE MIS HERMANOS Y YO.



También participo en la agrupación Xeito Novo, allí conocí al Sr. Carlos Fernández Rial, Subsecretario General del Partido, quien está viendo la posibilidad de ayudarme en mi difícil situación, se que la única posibilidad que tengo es la inserción laboral en el Estado por discapacidad.



Este es el resumen de mi situación, por eso me tomo el atrevimiento de solicitarles que, como españoles, afiliados, militantes y simpatizantes del partido, me ayuden y ayudemos a los dirigentes del PSOE para que estas Leyes se cumplan sin que exista discriminación alguna, se que este es mi problema, pero tal vez existan muchos españoles como mi caso y podría ocurrirles también a ustedes encontrarse en alguna situación similar.



Creo, es más estoy seguro, que solo desde el PSOE, a pesar de no haber tenido una respuesta hasta ahora, podemos hacer algo para que todos los españoles, tengamos los mismos derechos.



De mi parte voy a seguir escribiendo a todos los funcionarios y manifestándome junto a mi hija en todos los organismos españoles en Buenos Aires, tengo la ilusión que alguna de las 400 personas a las que envío este mail tenga ideas al respecto, o desee organizarse y manifestarse, entre todos podremos lograr que se cumplan nuestros derechos como ciudadanos españoles.



Desde ya muchas gracias y les pido disculpas por este mail, pero me encuentro en una situación muy difícil y necesito trabajar.



Adjunto certificado de discapacidad



Un abrazo para todos



José Ramón Prieto Carballas

DNI (Español) Nº 45791124 X

e-mail: jprietocarballas@gmail.com

Los exiliados españoles homenajean a Pablo Neruda por el Winnipeg, su 'más noble misión'


Oreto Briz - Isla Negra - 04-09-2009
Bajo el sol de septiembre a la orilla del océano desde donde llegaron hace 70 años, españoles exiliados tras la Guerra Civil (1936-1939) rindieron hoy homenaje en Isla Negra al poeta Pablo Neruda, quien fletó el Winnipeg, barco en el que llegaron a Chile en septiembre de 1939. Más de medio centenar de descendientes y pasajeros del carguero francés Winnipeg, que zarpó de un puerto cercano a Burdeos el 4 de agosto de 1939 con más de 2.366 refugiados, viajaronhasta la casa de Neruda en Isla Negra para reunirse y compartir sus sentimientos.
Las noticias aterradoras de la emigración española llegaban a Chile. Más de quinientos mil hombres y mujeres combatientes y civiles, habían cruzado la frontera francesa' escribió Neruda en su libro de memorias 'Confieso que he vivido'.

'Teníamos un gobierno progresista. Ese gobierno del Frente Popular de Chile decidió enviarme a Francia a cumplir la más noble misión que he ejercido en mi vida: la de sacar españoles de sus prisiones y enviarlos a mi patria.'

El poeta viajó a Francia con este propósito, donde recibió miles de solicitudes de españoles refugiados que querían embarcarse en el Winnipeg rumbo al continente americano.

Ayudado por el gobierno republicano español en el exilio, Neruda seleccionó las familias de refugiados que partieron desde el puerto Trompeloup-Pauillac, cerca de Burdeos, en el antiguo carguero francés Winnipeg el cuatro de agosto de 1939 y quienes, un mes más tarde, desembarcaron en el puerto chileno de Valparaíso.

En el homenaje póstumo a Neruda, los españoles quisieron agradecerle al poerta el esfuerzo que hizo para organizar el viaje que les llevó a Chile.

Junto a la tumba de Neruda, Félix Beltrán, quien cumplió seis años de edad durante la travesía del Winnipeg, leyó la poesía 'A los niños de la guerra', escrita por él mismo, que fue seguida por un caluroso aplauso de los exiliados.

En una ceremonia presentada por Jaime Ferrer, historiador e hijo de uno de los pasajeros del carguero, algunos de los exiliados arrojaron tierra llevada de diferentes regiones de España sobre la tumba del poeta para devolverle la tierra que un día les ofreció al ofrecerles refugio en su patria.


'Eran pescadores, campesinos, obreros, intelectuales, una muestra de la fuerza, del heroísmo y del trabajo. Mi poesía en su lucha había logrado encontrarles una patria. Y me sentí orgulloso', escribió Neruda.

Al término de la ceremonia, en la que actuó un coro vasco, los asistentes se desplazaron al interior de la casa donde almorzaron y compartieron historias de su experiencia en Chile.

Entre los asistentes se encontraba Gilles Hertzog, hijo de dos médicos franceses que viajaron entre la tripulación del Winnipeg, quién contó algunas anécdotas del barco.

'Es difícil expresar lo que estoy sintiendo. Encontrarme con mis hermanos', dijo uno de los españoles que llegó en el Winnipeg, quien acudió a Isla Negra desde Brasil, donde reside en la actualidad.

El Winnipeg marcó el destino de sus más de 2.300 pasajeros y del pueblo chileno que les acogió, tal como le sucedió a Aurora Gaiche, hija de un minero asturiano que llegó en el barco, y esposa de Eduardo Carcavilla, quien con seis años viajó en el mismo barco junto al que años más tarde sería su suegro.

Mercedes Corbato, recordó los ataques de aviones alemanes mientras ella, acompañada por su madre, su hermana y una amiga, cruzaba los Pirineos con destino a Francia.

'Los aviones alemanes arrasaban con todo' explicó a Efe Corbato, quien relató cómo su hermana, una vez pasados los aviones, la levantó del suelo y la obligó a continuar sin su amiga, alcanzada por una bala.

Corbato, como la mayoría de exiliados que viajaron en el Winnipeg, pasó por distintos refugios y campos de concentración franceses antes de embarcarse en el carguero.

'Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie', escribió el Neruda sobre esta hazaña.

Fuente: La Región Internacional

martes, 1 de septiembre de 2009

Una historia de vida


La niña de la guerra que sobrevivió para contarlo


Jorge Fernández Díaz
LA NACION
Noticias de Información general
Sábado 29 de agosto de 2009 | Publicado en edición impresa

A los niños les encantaba escaparse de la casa, bajar a la playa y ver cómo los aviones bombardeaban la ciudad. Era un espectáculo emocionante, con explosiones, humaredas y rugido de motores, y ellos eran demasiado pequeños como para entender cabalmente el drama que implicaban aquellas piruetas nazis, aquellos fuegos fatuos.

A Begoña le decían Begoña; a Dolores la llamaban Lolis, y a José, Chiqui. Tenían quince, diez y ocho años, respectivamente, y habían nacido en Las Arenas, una ciudad sobre el Cantábrico que está cerca de Bilbao, en el corazón del País Vasco. Para los hijos de Pepe Barquín, todo era un juego, como esconderse en cualquier sitio cuando venían los fascistas a caballo con aires amenazantes. La vida era bella.

Pepe estaba casado con María, trabajaba de contador y militaba en el nacionalismo vasco. Mayo de 1937 fue un hito para los Barquín y Lolis lo recuerda ahora con un cigarrito Virginia Slim entre los dedos. Estamos sentados en un bar de Pueyrredón y Santa Fe tomando una lágrima, y ella es una dama guapa y lúcida de 82 años que logra con su cinematográfico relato de fugas y peripecias borrar durante cuatro horas esta ciudad soleada y llena de pesadumbres argentinas.

En mayo de 1937 el gobierno vasco impulsó la idea de enviar fuera del área de conflicto a la mayor cantidad de niños posible. Transcurría la sangrienta Guerra Civil Española y los alemanes, en solidaridad con el falangismo, acababan de bombardear la ciudad de Guernica. Habían muerto cientos de vascos en esa operación. Y Barquín era inflexible: a pesar de las protestas y ruegos, sus dos hijos menores debían marchar de inmediato con los demás. "Es para seguridad de los niños", se consolaba. La madre y los abuelos les prepararon a Lolis y a Chiqui una valijita y un paquete con chocolates y galletas. Y los despidieron en Bilbao con llantos desgarradores.

El hermano menor de Lolis se aferraba a su falda, asustado por aquel barco y aquella travesía hacia la soledad y lo desconocido. Había otros trescientos niños de la guerra, algunos sin ropa y hambrientos: Lolis les repartió todos los chocolates y todas las galletitas porque le daban mucha pena. Se quedó solamente con un bizcocho que los marineros les habían regalado en cubierta. El buque partió, protegido por naves inglesas, y de pronto todos pudieron ver cómo un crucero ligero de los nacionales apuntaba sus cañones contra el barco de los niños. Los ingleses apuntaron a su vez al crucero, y lo disuadieron a último momento. Y fue así como los niños lograron llegar a Francia.

Allí, los hijos de comunistas siguieron viaje hacia Rusia, algunos se embarcaron a Inglaterra y los "niños católicos" fueron destinados a Bélgica. Lolis y Chiqui eran católicos y terminaron en un caserón antiguo, situado en un pueblo francés de nombre indescifrable, donde los vacunaron y los trataron con aspereza. Les daban pésima comida, que les destruía el estómago, y los despiojaban despiadadamente con rasuras y querosén. Lolis organizó enseguida una fuga. Salieron de noche con dos o tres nuevos amigos, cruzaron a pie el monte en la más grande oscuridad y tuvieron que regresar porque los chicos lloraban de miedo. Al volver, a Lolis le dieron dos bofetones y la mandaron para la cama.

Vivieron tres meses de incertidumbre en aquel caserón hasta que llegó la orden de trasladarlos a Burdeos. De ahí, en tren a Bélgica. Llegaron a Bruselas y los metieron en un colegio abandonado. Durmieron sobre pajas y lonas, y fueron a misa ese mismo domingo: los belgas veían en la iglesia a esos chicos desamparados y lloraban de tristeza. Ellos espiaban los manjares de las confiterías. Les sirvieron un desayuno magnífico en el colegio, pero cuenta Lolis que no podían comer bien porque seguían con el estómago arruinado a causa de los platos horripilantes servidos en aquel pueblo francés.

Empezó luego la subasta. Grupos de belgas llegaban con el objeto de escoger, entre todos los niños, uno o dos para llevarse a sus hogares. Elegían por la pinta, y el matrimonio Speibrouc manifestó que quería llevarse a María Dolores Barquín, pero no a su hermano. "Bueno, Chiqui, no llores -le decía Lolis abrazándolo-. Ya nos encontraremos, verás que sí."

Chiqui fue llevado por una condesa y Lolis fue conducida hasta la casa de los Speibrouc, que fabricaban embutidos en su sótano. Al llegar, la niña descubrió que le habían comprado muchos juguetes. Una pequeña y entrañable muñeca alemana se transformó en su gran compañía. Ellos no entendían el castellano y Lolis no comprendía el francés, de manera que andaban todo el día de aquí para allá con un diccionario bilingüe.

Al poco tiempo, una maestra llevó a Chiqui de visita. El niño lloraba todo el día a pesar de que la condesa lo había recibido como a un hijo más. "Lolis, ¿cómo te tratan estos viejos?", le preguntó en un susurro. "Bien, ¿y a ti?", le respondió. Chiqui asentía. "Pero quiero estar contigo", se quejó, haciendo puchero. "Mira, vivimos cerca y nos veremos seguido", le prometió Lolis, que fue siempre muy madura. El hermano regresó más tranquilo con la condesa, y ella empezó en la escuela sin saber el idioma. La sentaron con la mejor alumna y se la pasaba copiando, sin entender ni jota, renglón por renglón. Al mes ya hablaba en francés. Y paseaba con los Speibrouc. Para Navidad, los padres sustitutos preparaban los regalos de Santa Claus y ella se hacía la dormida para no desilusionarlos.

Sus compañeras de clase le tenían afecto y respeto. Todas querían tener su madurez y llamarse "Dolores". Le preguntaban: "¿Es cierto que en España todos son gitanos?". Lolis les respondía: "Sí, por supuesto, y las mujeres andan siempre con la daga en la liga". Las llenaba de historias y embustes ingeniosos y fantásticos. Les enseñaba también a tirar al techo chicles con muñequitos de papel y otras travesuras menores. Un día, la directora la llamó aparte, le dijo que "había traído la revolución española al colegio" y le quitó los bonos de buena conducta.

* * *

Tres años pasaron los hermanos Barquín como huérfanos y adoptados, en un país extraño y sin certeza alguna de poder ver de nuevo con vida a sus verdaderos padres. Pepe Barquín estaba en la resistencia vasca, y cruzaba con frecuencia a Francia para llevar documentación. Una madrugada tocaron a la puerta donde vivía con María, y le avisaron a ella dos cosas: que ambos tenían dictada la pena de muerte por su ligazón con el partido, y que los nacionales habían entrado en Bilbao y venían fusilando. La madre de Lolis, con su hermana y su hija Begoña, escaparon en un barco pesquero a Santander. Allí estaba lleno de comunistas y de santos decapitados dentro de las parroquias. María se hizo pasar por una locuaz militante del marxismo leninismo y consiguió comida. Luego navegó hacia Francia, donde Pepe acababa de ser anoticiado de que los falangistas habían desvalijado y destrozado su casa de Las Arenas, y que su mujer y su hija se habían fugado y estaban desaparecidas.

Lograron, después de muchas vueltas y averiguaciones, encontrarse en suelo francés, juntar unos pesos con trabajo y cruzar a Bélgica con identidad cambiada para encontrar a los niños de la guerra. Vivieron en una pensión barata y Pepe buscó con desesperación un empleo, pero sólo lo aceptaban como ilegal y clandestino, y sus jefes tenían que esconderlo en el baño cuando pasaban los inspectores.

Fue en esa época en que los cinco miembros de la familia volvieron a encontrarse. Los belgas que tenían a Lolis y a Chiqui tragaban saliva. En el fondo, querían que esos padres originales no hubieran reaparecido y quedarse para siempre con aquellos hermanos, por quienes sentían devoción. Pero afortunadamente no mostraron esos deseos inconfesables. Y los cinco Barquín se abrazaron con alivio y alegría. Pepe, sin embargo, quiso ser realista: "Lolis, no puedo pagarte un colegio tan caro -le dijo a su hija menor-. Tienes que quedarte a vivir con los belgas." No había más remedio. Los perseguidos no pueden elegir. Al tiempo, lograron también enviar a Begoña a España para que se quedara en casa de sus abuelos y para tener una boca menos que alimentar en el exilio.

Después de mucho penar, Pepe Barquín consiguió un trabajo en una fábrica de provincia y pudo alquilar un departamentito: finalmente, los niños dejaron a la condesa y al matrimonio Speibrouc para gran consternación de ellos, y se mudaron con sus padres. Al mes apareció de visita una prima suya, casada con un misterioso inglés que parecía realizar acciones de espionaje: les traían un gran fajo de dólares desde el País Vasco, que les enviaba el abuelo. El pronóstico no era favorable: la guerra se extendía por Europa y en ningún sitio estarían a salvo.

Los vecinos de los Barquín eran jóvenes, y el hombre estaba en la trinchera. Pero una noche Pepe escuchó ruidos, se levantó y tocó a la puerta. El soldado salió y le dijo: "Sí, Barquín, se ha roto el frente, los alemanes están entrando, he venido a buscar a mi mujer para huir con ella en bicicleta". Barquín despertó a María y a los dos niños, les ordenó que juntaran lo esencial, corrió hasta la fábrica y robó un camión. Con ese camión regresaron a Bruselas, y los niños volvieron provisionalmente a sus hogares sustitutos. Caían bombas sobre la ciudad sitiada, mientras los niños se escondían en los sótanos y los padres buscaban alojamiento. Con los dólares en la mano Pepe consiguió convencer al chofer de un auto de que los llevara a la frontera. Los Speibrouc le pidieron que no se fuera con los niños, trataron de convencerlo de que sin ellos iría más rápido. "Una vez los dejé -les respondió-. Nunca más voy a hacerlo."

Escapar de los fascistas italianos, de los nazis y de los franquistas, de los bombardeos y las ejecuciones sumarias, atravesar la campiña en medio de ingleses y alemanes que se disparaban con pasión, esperar un tren bajo lluvia de agua y de bombas, cruzar a Francia y ser detenidos en la aduana. Burlar la prohibición de ser extranjero e ingresar en ese país con la ayuda de un descuido. Todo eso experimentaron los Barquín antes de vivir cientos de nuevas y amargas aventuras.

Aprovecharon un cambio de guardia para mentirle a un oficial que eran belgas, pasaron a desayunar a una confitería fronteriza, salieron por la otra puerta y se adentraron, libres y furtivos, en territorio francés. Luego tomaron otro taxi y dijeron: "A París". Llegaron a la capital cercada, y los vascos que residían allí les advirtieron que nadie podía salir de ella. "Yo saldré", porfió Pepe, y consiguió otro taxi. Puso rumbo a Biarritz, y alquiló un chalecito sabiendo que no podía dejarse engañar: pronto los nazis entrarían en París y se les vendrían encima. Mandó a Lolis y a Chiqui a casa de sus abuelos con aquel enigmático amigo inglés proclive al espionaje que aparecía una y otra vez en sus vidas. Y mientras Pepe cruzó caminando esas escabrosas distancias de regreso a casa, María volvió de contrabando en tren a Bilbao, entró disfrazada con chambergo a la casa de su suegro, se reencontró con los tres hijos y vivió seis meses sin salir ni dejarse ver, escondida de quienes le tenían jurada la muerte.

* * *

Eligieron la Argentina porque quedaba lejos de todo. Pepe se tenía que adelantar para preparar el terreno. Tardó más de un año en llegar. Se embarcó en un buque que paró dos veces en Casablanca, donde estuvo prisionero en un campo de concentración, y luego en sus calles, a merced de bandidos y cuchillazos, logró escapar a Cuba y más tarde a México. Todo el mundo le parecía menos peligroso que Buenos Aires, donde la comunidad vasca lo recibió y lo ayudó a aterrizar.

Mientras, sus tres hijos iban a las playas del Cantábrico, y los guardias civiles les preguntaban con rencor: "¿Dónde está tu padre?" Ellos respondían siempre lo mismo: "En Caracas". Salir de España no fue sencillo. Eran la familia de un fugado, y hostigaban todo el día a su abuelo. Sólo la amistad, que a veces se pone por encima de la política, evitó que la cosa pasara a mayores y facilitó que les autorizaran finalmente los pasaportes. Llevaban un sello significativo: "Sin regreso". Pero aún así viajaron a la Argentina con el corazón en la boca, esperando que de un momento a otro el policía que iba a bordo los denunciara y ordenase que los deportaran a España. Era 1942, y en ese mismo barco venían el legendario cantante malagueño Miguel de Molina y su troupe . El pianista del grupo, cuando se emborrachaba, tocaba el himno nacional español y los Barquín hacían lo imposible para esfumarse, puesto que había que cantarlo de pie y con el brazo derecho en alto. Al final, cuando el barco de carga atracó en Buenos Aires, el policía español que los vigilaba se le acercó a la niña de la guerra y le dijo: "Bueno, Lolis, que sean muy felices". Y le guiñó un ojo. Más corazón que odio. Al pisar suelo argentino y reencontrarse con Pepe Barquín lo celebraron en grande. Por fin eran libres. Se habían salvado.

La vida que les esperaba era, como para todos, agridulce. Les fue aproximadamente bien a esos vascos laboriosos y cabezas duras. María engordó veinte kilos y vivió 92 años. Pepe hizo dinero y murió del corazón en 1966. Begoña se hizo monja y Chiqui falleció el año pasado después de tener cinco hijos y seis nietos. Durante todo aquel tiempo, Lolis se casó y enviudó, tuvo dos hijos y tres nietos, y a pesar de que fuma cigarritos Virginia Slim como si tuviera treinta años sus pulmones están milagrosamente intactos.

Nunca dejó de escribirse con el matrimonio Speibrouc, por quien tenía verdadero cariño. Un día la belga mandó una carta donde le pedía permiso para regalarles sus juguetes a los refugiados húngaros. No se había atrevido a tocar, en todas aquellas décadas de ausencia, los juguetes de ella. Luego una sobrina le envió otra carta a Lolis para informarle que ambos habían muerto con pocas semanas de diferencia y que le enviaba una encomienda con aquella muñequita alemana que tanto la había acompañado en los años de orfandad. Viajaba con ella una medalla con cadena que había pertenecido a los Speibrouc. Ese matrimonio yermo y marchito no había querido deshacerse de aquella muñeca. Como si hubieran querido retener con ella, hasta la muerte, algo de lo que habían atesorado y perdido.

Lolis se dirigió a la aduana y abrió la caja. La cadena y la medalla habían sido birladas, y los ladrones habían destrozado la muñeca buscando algún tesoro oculto en su interior. El tesoro, naturalmente, no existía. Sólo existían los recuerdos, y eso nadie podía robárselo a Dolores Barquín. "Tomá -le dijo Lolis al funcionario, devolviéndole la muñeca rota-. Tomá, y que les aproveche." Prendió uno de sus cigarritos y caminó, sola, hacia la melancolía.
El personaje
MARIA DOLORES BARQUIN
Sobreviviente del horror

* Quién es: hija de un militante del nacionalismo vasco, fue enviada junto con su hermano de 8 años y otros 300 chicos al extranjero mientras los alemanes y los falangistas bombardeaban España. Vivió con unos padres sustitutos en Bélgica, sin saber cuál sería su destino.

* Qué pasó: sus padres escaparon de los fusilamientos y las venganzas, y reencontraron finalmente a sus hijos en Bruselas. Pero tuvieron que experimentar una cinematográfica fuga por la Europa nazi. Una odisea que los llevó a Casablanca, Cuba y México. Y que terminó en la Argentina.

Fuente: La Nación